top of page

La misión de cada uno: lo que mis perros vinieron a enseñarme

Estoy segura de que los perros, al igual que nosotros, vienen con sus propias misiones y sus propias tareas. A veces, están tan intrínsecamente entrelazadas con las nuestras que ambos terminamos evolucionando a la par.


Cada uno de mis perros vino a mostrarme algo, y aunque quizás no tenga la foto completa de la razón por la que cada uno llegó a mi vida, creo saber, a grandes rasgos, lo que vino a enseñarme.


A lo largo de mis 38 años he tenido seis perros. Cada uno de ellos, con su presencia, ha dejado en mí una huella, pero solo dos de ellas han sido mis perras del alma… hasta el momento.

La misión de cada uno. Seis almas, seis caminos, una historia compartida.
La misión de cada uno. Seis almas, seis caminos, una historia compartida.

Lucky, mi primer rescate espontáneo en una plaza frente al restaurante de mis papás en Lechería, Anzoátegui, Venezuela, fue sin duda mi primer acercamiento a lo que sería tener un perro. Yo solo tenía unos 8 o 9 años, y aunque ya en mi casa había unos 13 perros, también producto de rescates espontáneos de mi mamá, ninguno de ellos era mío, per se. Así que Lucky, mi pastora criolla, me enseñó lo que fue tener un perro de chiquita. Era mía, pero mis papás se encargaban de casi todo, incluso de despedirla cuando se fue.


No tengo una foto de Lucky, pero si cierran los ojos y se imaginan a la pastora criolla más linda del mundo, con mirada noble y corazón de oro… así era ella. Así la recuerdo, con todo el amor de mi infancia.


Moothie Josefina, mi primera perra de adulta, llegó a mi vida en 2013. Era una bolita de pelos hermosa que me enseñó a amar de verdad, con el alma, a alguien que nunca me dijo “te amo”, pero me lo demostró cada día de su vida durante 11 años y 7 meses. También me enseñó lo que era la responsabilidad pura y dura. Recuerdo que el sábado anterior a una de las ediciones del Maratón CAF, yo era voluntaria porque en ese momento no corría, tenía que levantarme a las 3 de la mañana, y a Moothie, esa noche, le habíamos cambiado por alguna razón la comida. Oh, sorpresa: tuvo una reacción alérgica, muy normal en los Schnauzers, que nos sacó de la casa a las 12 de la noche, en una Caracas tan peligrosa que casi no nos abren la puerta en la veterinaria donde tenía su historia clínica desde chiquita. Esa noche, mi angustia fue indescriptible. Moothie estaba hinchada, agitada y con ronchas en la piel. A mí no me importaba no dormir antes de cumplir con el compromiso del domingo. Me importaba que Moothie estuviera bien, aunque eso significara que yo llegara con más ojeras que ojos al voluntariado.


También me enseñó la ansiedad por separación, pero no de ella hacia mí, sino al revés. Me daba pavor que alguien que no fuera yo la sacara a la calle. Pensaba que nadie podía cuidarla mejor que yo. Y entonces, como la vida te pone de frente todo aquello que más temes para que aprendas a fluir, al venirme a Bogotá no me la pude traer, y fueron mis papás quienes se encargaron de ella durante cinco años. No fue sino hasta 2023, luego de que mi papá trascendiera, que pude traérmela, lo que nos permitió estar juntas casi dos años más.


Justo al final de sus días me enseñó a pausar. Recuerdo que, aunque me reprochaba que sus salidas en las mañanas eran siempre apuradas, porque yo tenía que sentarme a trabajar a una hora específica, impuesta solo por mí… no hacía nada. Y de nuevo, la vida me puso frente a alguien que una vez me dijo: “Confía en ella, suéltala, déjala oler”. Así fue como, en los últimos dos meses de su vida, los paseos fueron sin correa. Yo me sentaba en un banco y ella olía toda la grama de la cuadra. Cuando se fue, eso fue una curita para mi corazón. Siempre sentí que Moothie había venido a caminar conmigo, y con mi papá, pero sobre todo conmigo, y más aún cuando mi papá partió. Esa conexión es muy difícil de explicar, es algo que se siente, y yo lo siento.

Moothie y yo — 27 de mayo de 2013
Moothie y yo — 27 de mayo de 2013

Pecas llegó después de Moothie, en 2015. Otro rescate espontáneo, esta vez de una tubería del Parque del Este, Caracas. Estaba llenita de garrapatas y con un tema neurológico del que después nos daríamos cuenta. La quise mucho, pero mi corazón y el suyo nunca llegaron a unirse como lo hicieron el de Moothie y el mío. Aun así, caminamos juntas ese pedazo de tiempo justo en el que yo debía salvarla y ella transitaba este mundo con su propia misión.

Pecas y yo, en el momento de su rescate — 15 de abril de 2015
Pecas y yo, en el momento de su rescate — 15 de abril de 2015
Pecas y yo, 2015
Pecas y yo, 2015

Paz, con toda su humanidad, sus pelos dorados y su cara de golden retriever de novela, llegó a mi vida en 2017 a poner mi mundo patas arriba. Me enseñó que yo podía amar a más de un perrito. El contexto es este: al llegar a Bogotá venía con el corazón roto por todo lo que, por voluntad propia, había dejado atrás, incluida mi perra de cinco años. Eso no me permitía “amar” a Paz como amaba a Moothie. Sentía que la traicionaba, y la idea de que Moothie no me perdonara amar a otro perro me torturaba muchísimo. Qué ilusa, ¿no?, como si los perros tuvieran las mismas ideas, apegos y mariqueras que nosotros. Un día, de la nada, y después de mucho llorar por no poder quererla, el amor hacia Paz simplemente me habitó. Tanto me habitó que perderla junto con Moothie casi me vuelve loca, y sin mentir, casi me mata del dolor. Paz me dio la lección más grande de todas, y ella ni siquiera lo sabía. Sobre su misión, siento que Paz amó a su papá tanto como su papá la amó a ella, pero lo que juntas vinimos a aprender es algo que no sé verbalizar. Solo lo siento, en el fondo de mi corazón, como estoy segura que lo sintió ella.

Primera foto con Paz, 22 de diciembre de 2017
Primera foto con Paz, 22 de diciembre de 2017

Pipa, otro de mis rescates espontáneos, llegó en 2019, un día que mi esposo bajó a pasear a Paz y la vio. Yo tenía tiempo diciendo que quería un perro negro y no hay perro más negro que Pipa… y el universo siempre escucha. Pipa vino a enseñarme, o mejor dicho, a enseñarnos sobre la paciencia, a entender que no todos los perros son tan cariñosos como Moothie o como Paz, que existen algunos independientes que ni siquiera te van a obedecer por mucho que les enseñes. La paciencia trasciende el hecho de que no puede ir amarrada, porque si ve un perro se vuelve loca y quiere ir a atacarlo. Tampoco puede ir suelta porque se cruza la calle si ve un perro y, sin importar el tamaño, va a buscar pelea. Aunque es extremadamente cariñosa con las personas, hay perros que simplemente no le caen bien. Creo que ella vino a caminar con los dos, con mi esposo y conmigo, a evolucionar con ambos… y como aún sigue con nosotros, seguimos descubriendo lo nuestro con ella cada día.

Un día después del rescate: Paz, Pipa, José David y yo — 24 de junio de 2019
Un día después del rescate: Paz, Pipa, José David y yo — 24 de junio de 2019

Y entonces llegó Rigoberto, el 29 de marzo de 2025, en uno de los momentos más oscuros y dolorosos de mi vida. Por supuesto, otro rescate espontáneo, esta vez en Bogotá, en una tarde de lluvia. Belto-Belto, sin duda alguna, me muestra día a día que cada perro que llega es distinto, y que puedes volver a amar incluso con el corazón roto en mil pedazos. Y hasta ahora, esa ha sido su gran misión: mostrarme que se quiere distinto, pero se vuelve a querer.

Belto-Belto y José David, junio 2025
Belto-Belto y José David, junio 2025


Belto-Belto y yo, abril 2025
Belto-Belto y yo, abril 2025

De ahí nace esta historia que hoy les comparto. Rigo me quiere y yo a él, pero cada vez siento más claro que su misión va de la mano de mi esposo, que él vino a caminar con él. Esta fue una idea que surgió hace días, luego de verlos interactuar. Él se emociona al verme, pero lo que yo veo que él siente por mi esposo es de otro planeta. Yo estoy en paz con eso, con haber sido puente entre ellos, con haberlo sacado de la calle y que, con su forma de ser, se ganara nuestro corazón.


Y al final pienso: cada perro es distinto y viene a mostrarnos algo diferente. No llegan por casualidad ni se van sin dejar huella. Si somos capaces de reconocer su misión y estar en paz con ella, Dios, o la vida, o el amor, nos seguirá dando la oportunidad de volver a amar.


Y aunque ese amor nunca será igual, siempre será verdadero. Porque si algo me han enseñado mis perros, es que los amores verdaderos no solo habitan en palabras, sino en silencios compartidos, en miradas profundas y en caminos recorridos, y que no hay corazón roto que no pueda volver a latir cuando un peludo decide caminar a su lado.

Comentarios


bottom of page